Todos los caminos conducen a China: Qué hay detrás de la Nueva Ruta de la Seda

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DUNHUANG, China La mayor apuesta exterior del Presidente Xi Jinping es un billonario proyecto para conectar su país con Europa, África y el Sur de Asia por medio de carreteras y puertos, cuyas repercusiones serán globales.

Al borde de las imponentes dunas de arena que bordean el desierto de Gobi, se ubica Dunhuang, la capital china de la Ruta de la Seda. Siglos atrás, las caravanas encontraban en este lugar un oasis para tomar fuerza antes de partir por los áridos caminos que conducen a Occidente y de regreso encontraban paz en los miles de budas que habitan las cuevas de Mogao.

Hoy Dunhuang está de regreso. Aunque los camellos -el emblema local- nunca se fueron, ahora trabajan llevando turistas que llegan de todo el país por medio de nuevas carreteras y un flamante aeropuerto que envidiarían muchos países. Porque esta apacible ciudad de provincia está en el centro de la nueva estrategia de China para intensificar sus conexiones con el mundo, gracias a lo que popularmente se conoce como la Nueva Ruta de la Seda.

En una idea que haría enorgullecer al mismo Marco Polo, el Presidente Xi Jinping empezó a hablar en 2013 de mejorar la conectividad entre Asia, África y Europa, lo cual unos años después tomó forma en un macroproyecto bautizado como la «Iniciativa de la Franja y la Ruta» (BRI, por sus siglas en inglés), donde la franja representa las conexiones terrestres y la ruta, las marítimas.

Con fondos disponibles por casi un billón de dólares, China se lanzó a tejer una red de seis corredores hacia el oeste y sureste, que consisten en carreteras, líneas férreas, puertos, redes digitales, oleoductos y gasoductos, y básicamente todo lo que quede entre Eurasia y África.

«La Iniciativa de la Franja y la Ruta responde a una tendencia de la época» y «aunque es una iniciativa china, beneficia a todo el mundo», afirmó esta semana el Viceprimer Ministro, Zhang Gaoli, en una audiencia en el Gran Palacio del Pueblo de Beijing, a la cual asistió «El Mercurio», en el marco de un foro organizado por el Diario del Pueblo. Zhang está a cargo de implementar el proyecto.

Más que el sueño estratégico de una potencia, la BRI es un programa ya en marcha, donde hay 69 países y organismos involucrados, desde Singapur a Siria. Porque no hay requisitos para integrarse. Un tren que une a Laos con China, otro que atraviesa parte de Indonesia y el desarrollo del puerto de Gwadar en Pakistán han empezado a materializar la iniciativa. Estimaciones oficiales indican que todo el proyecto cubre 65% de la población mundial, tres cuartos de los recursos energéticos globales y 40% del PIB.

Desde que Xi lanzó la idea a la fecha, ya se han creado 97 zonas de cooperación económica en una veintena de países, lo cual supone la inversión china de US$ 18.500 millones, lo que a su vez ha generado más de US$ 3.000 millones en recaudaciones impositivas en las naciones beneficiadas y creado unos 200.000 puestos de trabajo. Y siempre en el campo de las cifras astronómicas, se invertirán US$ 55.000 millones en los próximos años.

Las empresas estatales chinas son un pilar de la BRI, y 40 compañías están comprometidas en 1.600 proyectos de infraestructura, energía y construcción de parques industriales. Tienen una «misión nacional», explicó en el foro Yan Xiaofeng, secretario general del organismo que administra los capitales estatales.

Pero también las compañías privadas chinas, cada vez más competitivas, como Wanda, Alibaba o Huawei, tienen su parte. Robin Li, cofundador de Baidu, el gigante digital local, dio cuenta de cómo están perfeccionando sus programas de traducción online para los idiomas que se hablan en los países involucrados y sugirió algo tan práctico como la unificación de todos los enchufes.

De murallas a puentes

Si bien la región a la que apunta la BRI tiene un déficit de infraestructura, por lo cual existe una necesidad real, es evidente que este proyecto -que cuenta con el respaldo de Naciones Unidas- por su magnitud representa tanto un cambio de paradigma como una solución creativa para problemas internos de China.

De un país identificado históricamente por construir una muralla para protegerse de sus enemigos, ahora se pasa a una potencia que busca más y mejor globalización. Con lo cual se abandona la mentalidad defensiva, tan bien descrita por el viejo adagio aislacionista de Deng Xiaoping «esconde tu fortaleza, espera tu momento».

Hay una lógica detrás de esta transformación. Si bien China es el país que más relaciones fronterizas tiene en el mundo, a la vez está convertido en el principal socio comercial de más de 120 naciones del mundo.

Pero, además, la BRI sirve para desahogar a la economía china. Exporta inversión, canaliza el exceso de productividad y ayuda a la industria de la construcción que prácticamente colmó la capacidad local. También se reorienta la enorme cantidad de reservas internacionales, de modo que los activos chinos se empiezan a trasladar de bonos del tesoro estadounidense, de valor fluctuante, a proyectos de infraestructura concretos.

Otro beneficio neto es que permite equilibrar el desarrollo de China, que en los últimos 30 años se concentró en el oeste y el sur, sobre todas las costas exportadoras. Casi todas las provincias están involucradas mediante la construcción de centros logísticos y exposiciones culturales, como en Dunhuang.

Claro que para China también hay desafíos; por ejemplo, se requiere una sofisticada diplomacia para manejar la relación entre muchos países y a la vez coordinar el mayor proyecto de desarrollo de infraestructura de la historia.

Rumbo a Europa

En términos geográficos e ideológicos, Europa representa el destino final de la BRI, ya que China reequilibra su comercio, que ha estado orientado hacia el Pacífico en las últimas décadas.

En el sur del Viejo Continente, donde están los países que aún se recuperan de la crisis del euro, los chinos están aprovechando las oportunidades que presentan las privatizaciones, sobre todo en el sector energético y portuario.

El puerto griego del Pireo, por ejemplo, el terminal marítimo que mueve más contenedores en el Mediterráneo, ya es controlado en dos tercios por la empresa china COSCO, gracias a un acuerdo de 35 años.

Este tipo de realidades aleja en la práctica a los países de la periferia de Europa del control financiero de Bruselas -o mejor, de Berlín-, mediante la creación de nuevas realidades comerciales.

En materia ferroviaria, se planea mejorar los corredores hacia los Balcanes y Europa Central desde el Pireo. China espera que 5.000 trenes de carga viajen por las rutas de la BRI anualmente en 2020, frente a los 1.800 de 2016. Como aquel convoy que este año conectó Londres con la ciudad china de Yivu.

Es cierto que comparado con el transporte marítimo, el terrestre es más costoso, con menos capacidad, desafíos logísticos complejos y mayores restricciones aduaneras, a medida que los trenes crucen más países. Solo es más rápido. Pero lo importante es que le da alternativas a China, que mueve la mayor parte de su comercio por vías marítimas, lo cual la hace vulnerable en tiempos de crisis.

Sylvie Matelly, subdirectora del Instituto Internacional de Asuntos Estratégicos de Francia (IRIS), dice a «El Mercurio» que la BRI representa también para Europa «una oportunidad de diversificación y por eso es interesante», con la apertura de mercados en Asia Central. De ahí se explica que varios países europeos se hayan sumado al Banco de Inversión e Infraestructura Asiático (AIIB).

Ante el neoaislacionismo de Estados Unidos, China puede ser un muy buen socio, añade. Pero «Europa debe desarrollar una visión sobre la BRI y decidir cuál va a ser su posición».

¿Y la geopolítica qué?

A principios del siglo XIX, el geógrafo británico John Halford Mackinder enunció la Teoría del Heartland o de la isla mundial, que en resumen decía: «quien domine Eurasia, dominará el mundo». Y al sobreponer el mapa de Mackinder y la BRI -excluyendo a África, ya adoptada por China-, el match parece casi perfecto.

Por lo tanto, sería ingenuo pensar que esta iniciativa económica a la larga no se ponga al servicio de la geopolítica a favor de China. Ante la abdicación de EE.UU. a su liderazgo global de la mano de un cortoplacista Donald Trump, se están abriendo vacíos de poder para otras potencias en distintos ámbitos.

En Pakistán, un ambivalente socio de Washington contra el terrorismo, China empezó ya a invertir parte de unos 46.000 millones de dólares que costará el corredor de Kashgar con Gwadar (puerto en el Índico, que permite rodear a India), frente a los US$ 33.000 millones que ha gastado EE.UU. desde 2002 (la mayor parte para asuntos militares), según la revista Time.

Frente a una oferta de Washington cada vez más tenue de seguridad y algo tan etéreo como el «poder blando» (valores y metas compartidas), China ofrece hoy algo tan tangible y a largo plazo como millones de metros cúbicos de cemento y acero para proyectos de infraestructura, que requieren asistencia técnica y planificación. Y eso en el mundo actual es liderazgo (ver entrevista en A7). Y puede que Estados Unidos no esté calibrando el atractivo de la BRI, como demuestra la presencia de representantes de más de 120 países en el foro sobre el tema al cual asistió este diario. Un atractivo que, no obstante, tiene sus implicancias.

¿Cómo va a proteger China sus inversiones? Es una pregunta válida. Cada vez el país se involucra más en misiones de paz y sus trabajadores en África son protegidos por compañías de seguridad. Pero Djibouti ofrece un caso interesante. Ahí Beijing partió usando la bahía para sus buques, que protegían a los cargueros de los piratas somalíes. Luego mejoró el puerto para sacar los productos de Etiopía y construyó un tren entre los países africanos. Y este año inauguró su primera base naval en el extranjero.

«No es un Plan Marshall ni un nuevo colonialismo ni una forma de canalizar el exceso de productividad de la economía china», insiste Zheng Bijian, director del Instituto Chino para la Innovación y Desarrollo Estratégico, advirtiendo a quienes ven dobles intenciones.

La filosofía detrás es la «cooperación amplia» y la creación de una «comunidad de destino común» -palabras de Xi-, que requerirá una tarea ardua y paciencia ante los desafíos y dificultades que vendrán, también reconoció.

Porque la potencia asiática, y en especial el Presidente, que renueva su mandato en octubre por cinco años más, se están jugando mucho en la BRI.

Los riesgos económicos y políticos asociados para los países beneficiados y la misma China no son menores. Algunas naciones de Asia Central y África, sin reservas internacionales, pueden contraer compromisos que no puedan pagar y la corrupción puede generar un desvío de yuanes enorme.

Por la magnitud de los proyectos, que generalmente involucran a los gobiernos, los cambios políticos tienen que ser anticipados, sostiene un informe de la Intelligence Unit del Economist, dedicado a la BRI. Y citó el caso de Sri Lanka, donde las concesiones a China para desarrollar el puerto de Hambantota fueron un eje de la última campaña electoral.

Lo único cierto es que tras el fin del superciclo de los commodities a precios altos e iniciativas neoproteccionistas -desde el abandono del TPP al Brexit-, la BRI es hoy la apuesta más clara para no dejar caer la globalización.

«Solo con apertura puede haber desarrollo. No se puede ir por la vía del proteccionismo», advirtió el Viceprimer Ministro Zhang.

Asumiendo que la fuerza más poderosa del mundo es el mercado, hoy desde Oriente se está ofreciendo al mundo lo que Occidente no quiere ni puede ofrecer. Y puede que desde Asia, y China en particular, se esté construyendo un nuevo orden mundial recorriendo caminos conocidos y probados, como la Ruta de la Seda.

Fuente: El Mercurio