Las dunas costeras ayudarían a atenuar los efectos del cambio climático

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Urbanizaciones amenazan su existencia. Ante un aumento del nivel del mar, sus arenas permiten recuperar en forma natural la erosión de las playas.

Para quienes van a la costa central y se encuentran con las dunas de Ritoque, Concón o Santo Domingo, la impresión es que este tipo de formaciones geográficas son muy abundantes en Chile. Sin embargo, la realidad es que apenas 3% de las costas del país corresponde a arenas y dunas asociadas, mientras que 95% consiste en costas rocosas, y el 2% restante a fiordos.

“Son sistemas naturales escasos”, asegura Consuelo Castro, geógrafa de la Universidad Católica, quien acaba de publicar, bajo el sello editorial de esa misma casa de estudios, el libro “Geografía de las dunas costeras de Chile”, que recoge más de 30 años de estudios sobre el tema.

Entre las dunas principales del país se cuentan el Cerro Dragón, frente a Iquique; las que están en la costa de Caldera; las de Tongoy, Los Vilos, Longotoma, Cachagua, Ritoque, Punta Concón, Santo Domingo, Chanco y el borde costero de La Araucanía.

En Chile insular solo hay en Chiloé. No están en las islas oceánicas por su naturaleza volcánica.

“Las dunas son parte de la geodiversidad del país, un patrimonio para el que ya se han decretado dos santuarios de la naturaleza: el de Punta Concón y el Cerro Dragón”.

Visión estratégica

No solo son un espectáculo natural. Según Castro, podrían ayudarnos a atenuar los efectos del cambio climático: ante una posible alza del nivel del mar, la erosión de la playa sería menor gracias a que la duna aporta arena para regenerarla. Además, actuarían como amortiguadores y barreras frente a los mayores riesgos de oleaje previstos por una mayor incidencia de tormentas. De hecho, también son importantes para contener los maremotos.

Las dunas, además, sirven como reservorios de agua potable. “El agua de la lluvia penetra la duna que actúa como esponja y se acumula debajo de ella; eso permite generar acuíferos de agua dulce”, explica. En La Haya (Holanda), el agua potable de la ciudad se obtiene desde un campo de dunas aledaño.

Estas formaciones arenosas suelen ubicarse junto a la desembocadura de ríos, y están asociadas con el desarrollo de humedales y pequeñas lagunas para los que sirven de cierre y aislamiento del agua de mar. En ellos se desarrolla una gran biodiversidad y son lugares de descanso para las aves migratorias.

De ahí que si se produce mucha extracción de arena, los acuíferos quedan expuestos a la penetración de agua salada desde el mar.

Por mucho tiempo, las dunas apenas fueron consideradas como recursos naturales, reconoce la geógrafa. Se las consideraba invasoras de los terrenos agrícolas, y personajes como el naturalista alemán Federico Albert, precursor de la botánica y de la conservación del paisaje en Chile, propugnaron su reforestación con especies exóticas.

“No se tenían los conocimientos actuales. Hoy la visión mundial estratégica, no solo ecológica, propugna la recuperación de estos espacios naturales”, explica Castro.

De hecho, el libro incluye indicadores de vulnerabilidad para determinar cuál duna es más sensible que otra, y si es necesario intervenirlas.

En Chile, su destrucción ha sido acelerada. Gran parte de los campos de dunas de la zona central han cedido espacio a la expansión urbana y a grandes proyectos inmobiliarios, especialmente en Algarrobo, El Tabo, Santo Domingo y Concón.

A juicio de la investigadora, la protección de las dunas es un tema que debería considerarse dentro de las políticas públicas y la gestión territorial. En caso contrario, corremos el riesgo de quedarnos sin este patrimonio natural y resguardo contra catástrofes.

Así se forman

Las dunas se originan por un proceso de acumulación de arena transportada por el viento. Normalmente se producen en amplios espacios abiertos como los desiertos, mientras que en las zonas costeras se forman en torno a pequeños obstáculos geográficos que contienen su dispersión. Mientras las dunas desérticas carecen de vegetación o es muy escasa, en las costeras su presencia es abundante, con especies que se adaptan a la arena, viento y oleaje.

 

Fuente: El Mercurio